Murió Haydeé Leonor Von Wernich, viuda del célebre militante Julio Troxler

12/05/2021 | CIUDADANÍA |

A sus 101 años, murió ayer un capítulo de la historia del pueblo argentino con nombre de mujer. Haydeé Leonor Von Wernich de Troxler, baluarte de la resistencia a varias dictaduras, dirigente del Partido Justicialista en los años de proscripción y clandestinidad, protagonista y testigo del peronismo revolucionario.

Foto: Carolina Rojo
Foto: Carolina Rojo

Alexis Oliva - Periodista - Columna Completa

La viuda de aquel legendario policía con conciencia política, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez y asesinado por la Triple A en 1974, brindó en 2013 una entrevista a la revista cordobesa El Avión Negro, que reproducimos a continuación. Con la lucidez y humildad de los grandes y un sentido del humor a prueba de tragedias. 

Al salir del cementerio Parque de la Paz, en el pueblo de San Benito, a diez kilómetros de la capital de Entre Ríos, un viejo VW Gol gris se detiene.

—¿Van a Paraná? ¿Quieren que los acerque? –pregunta el conductor.

—Sí, muchas gracias.

El hombre, de alrededor de 80 años, levanta los seguros para que subamos al auto y arranca. Mientras maneja con lentitud, comenta:

—Vengo a visitar a mi mujer. Hoy hace 14 años y un día que falleció. ¿Ustedes son de Paraná?

—No, de Córdoba.

—¿Y tienen parientes acá en el cementerio?

—No. Vinimos a ver la tumba de Julio Troxler.

—Ah. No me suena.

—Él era alguien conocido, que…

—…alguien que merece ser recordado –completa el hombre.

—Eso. ¿Usted de dónde es?

—De Concordia, a unos 200 kilómetros. Pero ahora estoy en Paraná. Vine de joven porque estaba en el Ejército y me destinaron al Regimiento de Caballería de Villaguay. Pero me retiré hace mucho, porque después de la revolución de 1976 tuve un problema. Entonces, pedí el retiro pero me lo dieron recién en 1978, a causa del problema con Chile. Pero me retiré y ya no tengo nada de milico.

—¿Qué problema tuvo?

—Al tomar una guardia, me habían ordenado que no dejara pasar a nadie porque la cosa estaba muy difícil. Y llegó un teniente coronel y quiso entrar. “Perdóneme, pero no va a poder pasar”. Venía con otros soldados y me puso la pistola en la cabeza. “Bueno, tiren nomás, pero esa es la orden que yo tengo que cumplir”. Después vino la disculpa, pero la humillación ya estaba hecha. Por suerte en ese tiempo no me tocó ningún regimiento donde hubiera problemas. No sé qué hubiera hecho si me hubieran mandado a torturar a alguien, porque yo ya tenía dos niños pequeños y estaba muy metido en la Iglesia. Y no se puede estar bien con Dios y con el Diablo. Así que me fui y me dediqué a trabajar por mi cuenta y a la familia. Con mi señora éramos muy unidos…

El destino paradojal

El hombre cuya tumba habíamos ido a visitar también tuvo en la fuerza a la que pertenecía “problemas” luego de una “revolución”. Tras la autodenominada Revolución Libertadora que en 1955 derrocó al presidente Juan Domingo Perón, Julio Tomás Troxler se retiró de la Policía bonaerense con el grado de oficial inspector y se sumó a la resistencia contra la dictadura militar de Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas.

El 9 de junio de 1956, Troxler participó de la rebelión que encabezaron los generales peronistas Juan José Valle y Raúl Tanco. Detenido junto a un grupo de militantes de la resistencia, logró escapar del fusilamiento en el que cinco civiles acusados de participar en el alzamiento fueron ejecutados ilegalmente en un basural de la localidad bonaerense de José León Suárez.

El acontecimiento, narrado por Rodolfo J. Walsh en Operación Masacre, fue emblemático de un tiempo en que los peronistas eran asesinados por antiperonistas. Durante ese tiempo, Troxler se refugió en Bolivia y regresó para continuar la lucha por el retorno del líder proscripto, desde el Consejo Coordinador y Supervisor del Partido Justicialista. Encarcelado y torturado en varias ocasiones, el ex policía se enroló en el peronismo revolucionario.

En 1972, Troxler se interpretó a sí mismo en la versión cinematográfica de Operación Masacre filmada por Jorge Cedrón en la clandestinidad. También participó en los filmes de Fernando “Pino” Solanas La Hora de los Hornos–codirigida con Octavio Gettino– y Los Hijos de Fierro. Al retornar en 1973 el peronismo al poder con Héctor Cámpora, fue designado por el gobernador Oscar Bidegain como subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, a la que trató de imbuir de una impronta democrática durante los 84 días que duró en el cargo, hasta que el ala derecha del partido los obligó, primero a él y luego a Bidegain, a renunciar.

En ese otro tiempo en que los peronistas eran asesinados por otros (que también decían ser) peronistas, Julio Troxler fue secuestrado el 20 de septiembre de 1974 por cuatro miembros de la Alianza Anticomunista Argentina que lo acribillaron por la espalda en el barrio porteño de Barracas. “Troxler murió por bolche y mal argentino… Ya van cinco y seguirán cayendo los zurdos, estén donde estén”, decía el comunicado de la Triple A que acompañaba una lista de nombres marcados con cruces: “(Rodolfo) Ortega Peña, (Alfredo) Curuchet, (Atilio) López, (Juan José) Varas y Troxler”. Al momento de su muerte, tenía 52 años y era subdirector del Instituto de Estudios Criminalísticos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA.

Apellidos en conflicto

El VW Gol del viudo ex suboficial del Ejército llega a Paraná y nos deja en la esquina de las avenidas Almafuerte y Pedro Zanni, a metros de la casa Villa Eva, un nombre apropiado para que allí viva Haydeé Leonor Von Wernich, la viuda de Julio Troxler. “Así que se han venido desde tan lejos para ver a esta vieja”, es la frase con que nos recibe la elegante mujer de 94 años nacida en Quilmes, protagonista y testigo de la historia del peronismo revolucionario.

“Mi abuelo era Pablo Von Wernich y el hermano de él era el padre del gorilón este que está preso. Christian, el cura, era primo hermano de mi padre, pero nunca nos tratamos -aclara Leonor-, porque mi padre nos abandonó cuando yo tenía cuatro años y nos criamos en Córdoba, con el hermano de mi mamá”.

—¿Cómo es eso de cargar dos apellidos con tanta carga simbólica y tan antagónica?

—¡Los cargo muy bien! –responde antes de reírse.

En Córdoba, se recibió de maestra en el colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. “Pero nunca ejercí, porque nos volvimos a Buenos Aires, donde ya comencé a militar”, recuerda Leonor. En esos años, entabló amistad con John William Cooke y su esposa Alicia Eguren, se formó con el intelectual Juan José Hernández Arregui y comenzó una tarea de alfabetización en villas junto con Carmen “Chata” Carrillo, la hija de Ramón Carrillo, el médico sanitarista y primer ministro de Salud Pública que tuvo la Argentina durante el primer y segundo gobierno de Perón.

A Troxler lo conoció durante una tarea militante: “Nosotros íbamos a visitar a los prisioneros a las cárceles, porque a los que no tenían familias era como si los adoptáramos. Entonces, una vez que Julio llega de Bolivia y lo detienen, lo conozco en la cárcel de Olmos. Cuando sale Julio, le hacen un homenaje en Vicente López, y ahí intimamos un poquito más. Y después lo tratamos mucho, porque las familias alojábamos a los clandestinos”.

—¿Y Julio fue el que le tocó en suerte a usted?

—Ah, sí. Fijate vos la casualidad.

El largavistas de la humildad

A pesar de sus 94 años, Leonor goza de una muy buena memoria. Sin embargo, su experiencia de vida ha sido tan vasta y agitada que algunos acontecimientos de enorme trascendencia aparecen minimizados en su recuerdo. Por ejemplo: “Yo con esta edad, fijate que estuve en el Consejo Coordinador del Movimiento Nacional Justicialista. Ahí conocí a este mamarracho de los metalúrgicos, (Augusto Timoteo) Vandor. No era tan fácil con Vandor ahí. Nosotros estábamos con los textiles de (Andrés) Framini y con Delia (Degliuomini de) Parodi (colaboradora de Eva Perón y fundadora del Partido Peronista Femenino). Una vez en el Consejo nos peleamos, porque habían asesinado a los compañeros que teníamos en el sur, en Trelew. Los habían traído a velar a la sede del peronismo. Estaban ahí los cajones, como diez, y vino el jefe de la policía con un tanque. Pero no nos hizo nada a nosotros, porque casi todas éramos mujeres”.

—¿Cómo era la vida en la clandestinidad?

—Era sencilla, porque vivíamos en la misma casa en Vicente López. Solamente, para que Julito pudiera llegar a dormir a casa, se apagaba la luz. Y cuando había problemas, la luz estaba prendida.

—¿Y cómo hacían en plena clandestinidad para filmar las películas donde participó Julio?

—Qué se yo… iban y se embarraban todos. Lo que sé es que vivíamos peleando. A esas las filmaba el gran amigo nuestro -ex, porque ahora no lo puedo ni ver- Pino Solanas. Pino venía a casa y Julito le ayudó en todas las filmaciones. Tal es así que ganaba premios y todo. Era un muchacho divino y mirá ahora lo que es. Yo no me explico cómo ha cambiado tanto para estar con la Lilita Carrió, que es una desagradable.

En el ánimo de Leonor se mezclan una cálida nostalgia con la humildad y el deseo de disfrutar el presente:

—A mí me agasajan y me hacen homenajes, cuando no he hecho nada. ¡Por favor! Nosotros hemos vivido nada más que en luchas y luchas. Y ahora los están condenando a todos (los represores), ¿viste? Demoraron muchos años. Ahora se gana todo con sonrisas. Hay que festejar eso, ¿eh? ¿Viste los jóvenes? ¡Qué maravilla! Todos están entregados a la libertad y al pueblo, porque se le da al pueblo lo que el pueblo necesita.

—La integración de Latinoamérica era una de las banderas de aquellos años…

Bueno, Perón nos dijo siempre: “A la libertad hay que conseguirla por continente, no por países”. Y tenía razón. Ahora Latinoamérica está muy unida. Cualquier cosa que pase en Brasil, va Cristina y los otros a la ONU. Y a Cristina protestando por las Islas Malvinas, mirá cómo la apoyan. Yo adoraba a la Venezuela de Hugo Chávez, y Nicolás Maduro es bueno también. Me acuerdo cuando fue Jorge Lanata a Venezuela y lo expulsaron… fue la alegría más grande que tuve. Hoy estamos unidos y el pueblo recibe lo que necesita.

Memoria de un crimen

“A través de (Envar) Cacho El Kadri, Julio tuvo un cargo en la Facultad de Derecho, en Balística. Vivíamos en Vicente López y él tomaba un colectivo hasta la Facultad de Derecho en Palermo, a dar clases. Seguramente, lo venían siguiendo, porque había quedado en encontrarse con unos amigos en una confitería en una esquina de la facultad. Baja y personas que bajaron de tres automóviles lo atrapan y lo consiguen meter en uno de los coches. De ahí lo llevan al paredón ese de Barracas, lo bajan del auto y lo asesinan”. Así relata el que fue el momento más dramático de su vida.

“Con mi cuñada, Catalina, fuimos en el auto a buscarlo por todos los hospitales, pero no lo encontrábamos –prosigue–. Hasta que le avisan a Catalina que estaba en la comisaría no sé cuánto. Llegamos y Julito estaba tirado ahí, sin zapatos y sin reloj, me acuerdo. Ahí hablamos a todos los amigos. Yo perdí la voz y estuve sin voz qué sé yo cuánto tiempo. Después la recuperé… Ya me ven que la recuperé”.

—Después de que matan a Julio, usted debe haber estado en peligro. ¿Qué fue de su vida?

—Yo ya era muy amiga de la familia del doctor Ramón Carrillo. La hija, Chata Carrillo, era mi amiga. Y vivíamos ahí permanentemente, porque no era peligroso. En cambio en casa me allanaban todo. Nunca encontraban nada, porque a casa de Chata llevábamos lo peligroso, los libros y todo.

—¿Nunca se fue del país?

Julio Troxler.

—No, yo no me refugié nunca. Después de que murió Julio, me allanaban la casa, venían y se hacían los amables. Yo les servía café o té. Y uno de ellos, muy amable, me dijo: “Señora, usted también tuvo lo suyo”. Era el que le decían El Ángel Rubio, Alfredo Astiz, mirá qué amable conmigo. A mí me han detenido muchas veces, pero nunca me hicieron nada. Una vez estaba escribiendo en pleno Palermo “Isabel = Tres A”, y vinieron los policías y me llevaron detenida. Mi cuñada y otra chica estaban en el auto, y también las llevaron. Fue la primera vez que dormí en una comisaría. A las cinco de la mañana me llevan un café con leche riquísimo. Las otras dos lo rechazaron, pero yo lo acepté contentísima.

La historia sin protocolos

Hay episodios recientes que ilustran la dimensión mítica del personaje. El 15 de diciembre de 2011, en el acto de asunción de su segundo período al frente de la gobernación de Entre Ríos, Sergio Uribarri se tiró de panza, arrastrando su banda albiceleste por el escenario, para saludar a Leonor Von Wernich, que estiraba sus brazos desde el público al borde del palco.

“¿Dónde está la esposa de Julio?”, fue lo primero que preguntó la presidenta Cristina Fernández al llegar el 20 de noviembre de 2010 a la localidad bonaerense de San Pedro, para luego romper el cerco protocolar y abrazarse con la viuda de Troxler, que estaba entre los invitados especiales al acto por el Día de la Soberanía Nacional en conmemoración de la Vuelta de Obligado.

—¿Por qué insiste con que usted no hizo nada?

—Porque no hice nada… Dar lo poco que tenía. Digo que no, porque no pudimos conseguir nada nosotros.

—En todo caso, no triunfaron, pero eso no significa que no hayan hecho nada.

—Lo que hicimos no sirvió. Nosotros decíamos para alentar a los compañeros: “Murieron para que la Patria viva”. Pero nos costaba mucho.

—¿Y ahora cree que la Patria está viva?

—Callate, si yo no hago más que estar alegre. Y me da un dolor tan grande cuando veo que la gente del pueblo no responde como corresponde.

—Pero desde el proyecto actual se reconoce la lucha de ustedes…

—Sí, pero lucha sin éxito. Como le dije a Cristinita: “No hemos hecho nada, si no hemos podido más que dar nuestra muerte”. Pero ahora estamos alegres.

—¿Y ella qué le dijo?

—Nada… Se rió.

—A mí me parece que hicieron mucho, hicieron la punta.

—¿Sabés qué hicimos? ¡Resistir!

—Nada menos…

—Nada más.

—¿Quién fue en la historia argentina Julio Troxler?

—Un luchador por el pueblo, un luchador total.

De la furia a la paz

En la apacible siesta de domingo en el cementerio Parque de la Paz, cuesta encontrar la tumba donde Julio Troxler descansa junto a los familiares de su mujer. A los propios empleados del lugar el nombre les resulta desconocido. “¿Klocker?”. “No, Troxler”. “¿Troker?”. “Trox-ler”. Pero una vez aclarado todavía deben consultar el registro en la computadora para ubicar la parcela. En medio de esa solitaria paz primaveral, también cuesta imaginar aquella escena, 39 años atrás.

Dos días después de ser asesinado por las Tres A, Troxler es sepultado en el cementerio bonaerense de Olivos. Las dos mil personas que -aun a riesgo de su propia vida- concurren a despedirlo están poseídas por el dolor, la impotencia y la rabia. “Hubo muchos discursos de los Compañeros. Los jovencitos gritaban y decían de todo. ¡Cómo peleaban! Y hasta ahora se acuerdan. Lo llevamos a Julito a pulso desde la sala velatoria hasta el cementerio de Olivos”, rememora su esposa, Leonor Von Wernich.

Entre los oradores de aquel 22 de septiembre de 1974, Jorge Cedrón, director de la versión cinematográfica de Operación Masacre, dijo: “Pocas cosas se pueden decir que no se sepan de vos, Julio. Nos enseñaste todo lo que es lucha, con tu ejemplo, con tu figura, con tu incorruptible militancia; nos enseñaste qué es lo que había que hacer y ahora lo sabemos muy bien. Sabemos ahora qué hay que hacer para conquistar la verdadera e irrenunciable independencia de la patria, de la que esta vez no podrán arrancarnos”.

A su vez, el dirigente montonero Carlos Caride, expresó: “Julio Troxler fue asesinado durante un gobierno que se titula peronista, que concretó así lo que quiso hacer la ‘fusiladora’, a través de quienes se ponen la camiseta del peronismo. Julio fue un ejemplo y fue asesinado por una camarilla que pretende gobernar al pueblo peronista entregándole migajas mientras entrega la patria al imperialismo. Este gobierno, con su López Rega, su Villar y su Margaride, que se disfrazan como las Tres A, son los verdaderos asesinos de Julio”.

“Es por eso que los montoneros hemos decidido ahora combatir con las armas en las manos –añadió quien había sido uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Peronistas–, porque este gobierno no es el gobierno que eligió el pueblo en las elecciones ni el que se soñó con tantos años de lucha: el gobierno peronista. La organización Montoneros va a dar respuesta a este y a todos los crímenes, junto al pueblo, compartiendo con él todas las luchas. Nuestro peronismo, como el de Julio, es el que nos reconoce el pueblo, no necesitamos que lo haga ningún Consejo Superior, ni la CGT, ni las 62, puesto que ellos solo reconocen a Mor Roig y lloran a los hermanos Born. Compañero Troxler, caíste por luchar y los compañeros montoneros te vamos a vengar”.

Cuando el 30 de noviembre de 2012 sus restos fueron trasladados al cementerio parque de San Benito, Leonor y una veintena de militantes le rindieron un homenaje. Allí, el principal orador fue Daniel Brión, presidente del Instituto por la Memoria del Pueblo (Imepu) e hijo de Mario Brión, uno de los fusilados en los basurales de José León Suárez: “Acompañamos hoy a Leonor, esa mujer, militante desde los tiempos de la heroica resistencia. Ella fue la compañera de Julio Troxler, un referente histórico de la lucha contra la oligarquía extranjerizante neoliberal. Ya pasa los 90 años, y esta mujer no descansa, continúa en las luchas por la liberación, continúa en su apoyo a un gobierno nacional, federal y popular”.

“Leonor, hoy estamos todos acá, juntos militando, uniendo nuestras voces por el querido Julio –manifestó por último Brion–. Cuando participó en la película Operación Masacre, de Cedrón, Julio Troxler dijo al acercarse a quien representaba a mi padre asesinado: ‘De Mario Brión nunca podré olvidarme’. Hoy yo te digo, querida Leonor: de Julio Troxler yo tampoco podré olvidarme. Pido a todos se unan en mi grito: ¡Compañero Julio Troxler, presente! ¡Ahora y siempre!”.

La policía imposible

“Julio se había recibido en el instituto Juan Vucetich de La Plata y el gobernador Oscar Bidegain le ofreció ser subjefe de la Policía bonaerense. Ustedes saben que ahí nos tiroteaban la casa, nos hacían todas las ofensas y no lo dejaban gobernar a Bidegain. Y Julito dijo: ‘No, basta. Renuncio’. Y renunció”, cuenta Leonor.

En los fundamentos de su dimisión a la subjefatura de la Policía de Buenos Aires –la misma que con el correr del tiempo se ganaría el adjetivo de “maldita”–, dirigida al gobernador Bidegain el 20 de agosto de 1973, Julio Troxler escribía:

“Al asumir la función conocía las limitaciones que las circunstancias imponían al nuevo gobierno como resultado de un estado de postración económica reflejado, entre otras injusticias, en la presencia de un millón y medio de desocupados impelidos por lo tanto a delinquir. Tampoco ignoraba la incidencia negativa de esta injusta situación de despojo sufrida por tantos argentinos, sobre el ejercicio de la función policial.

Precisamente por estas razones, es que imprimí a mi gestión el sello definido y propio de una experiencia forjada a lo largo de la lucha junto a los humildes, contra los poderosos y enfrentando a los mercaderes, en el pueblo y con el pueblo, del brazo de los que no especulan, con los que se equivocan, pero sin dobleces.

Consecuente con esa causa –que es la causa peronista– el cargo al que renuncio no fue para mí otra cosa que un nuevo destino de los muchos que el movimiento peronista me asignó y he aceptado siempre con orgullo militante, sin reparar en rangos o jerarquías. De allí que esta renuncia no signifique para mí más que un cambio de destino, para continuar la tarea desde cualquier lugar, siempre fiel a los que regaron con su sangre el camino de la liberación nacional”.

Quién escribió esto, en 1957 había sido torturado por esa misma policía que luego no lograría encarrilar. En La Hora de los Hornos, luego de narrar la experiencia de la picana eléctrica, Troxler reflexiona: “En fin, describirlo es una cosa y vivirlo es otra mucho más seria que la descripción fría que pueda hacer yo de todo esto. Lo importante es hacer resaltar que yo fui uno de los tantos ciudadanos que por el solo hecho de defender un ideal y defender la Constitución he sido objeto de este tipo de trato”.

Artículo publicado en la revista  El Avión Negro, del Centro de Formación Política Miguel Ángel Mozé, N° 21, noviembre de 2013.