Una juventud empobrecida, con mayor dificultad para conseguir trabajo y que, cuando consigue, es mayoritariamente precario. Qué desgracia de aventura. Miguel Magnasco cuenta esta realidad en una nota para Cba24n y lo cuenta en el aire de La Ronda.
Miguel Magnasco - Docente e investigador
Por: MIGUEL MAGNASCO para CBA24N
Hay una discursividad sobre los jóvenes argentinos que circula con mucha fuerza en el debate público: “los jóvenes son aventureros, no quieren estabilidad, duran pocos años en un trabajo, se cansan y se van”. Es parecida a la que dice “las nuevas generaciones vienen con otra cabeza para pensar las relaciones sexo afectivas”. Mmm…suelo dudar de eso que aparece como certeza cerrada, un poco de jodido, pero además porque me agrada pensar con evidencia o, de mínima, con testimonios de los protagonistas. Qué embole jugar de aguafiestas. Pero lo cierto es que esas narrativas – que resultan, como veremos más adelante, un pelín clasistas - se parecen más a expresiones de deseos que a un reflejo cercano a la realidad de las mayorías. Se acomoda el mundo a la narrativa y no al revés, con el agravante de que esa narración se transforma en mandato a cumplir y genera múltiples frustraciones. Si acercamos el lente, emergen otras variables.
A la primera frase la podríamos reformular de la siguiente manera: “los jóvenes quieren aventuras, pero con trabajo y salario digno”. La aventura no es huir de la estabilidad, de lo que se huye es de la explotación. 100-150 pesos la hora como albañil, 150-170 pesos la hora en un bar, 100-150 la hora como niñera, 200 en un call center, y así. Te corto el pasto por 100 pesos, te vendo estos pares de medias, estos cubanitos, estas bolsitas, 2 x 100, 3 x 150, te limpio los vidrios por lo que puedas, capo. Me tomaron por los tres meses de prueba. Me echaron cuando se cumplieron los tres meses para no tener que blanquearme. Eso sin contar maltratos explícitos o la perversidad sutil del coaching emocional que te pide felicidad mientras te amasijan. Vericuetos del mundo de la precarización.
La tendencia a la inestabilidad no está dada por una condición subjetiva de los jóvenes, ocurre, sobre todo, por una muy concreta fragilidad material. Miremos un poco los números oficiales. Según la Encuesta Permanente de Hogares de INDEC, en el primer trimestre de 2021, el desempleo en el rango etario de 14 a 29 años resultó de 24,9% para las mujeres y de 17% para los varones. Si tenemos en cuenta que la tasa general de desempleo para ese periodo fue de 10,2%, es clara la problemática para este grupo poblacional. Pero la brecha no es solo generacional y de género, principalmente, es de clase. Mientras que el 28% de jóvenes de las familias de más bajos ingresos es desempleado, solo el 9% de jóvenes de familias de más altos ingresos está en esa situación. Por otra parte, la informalidad laboral para este grupo etario se ubica en torno al 55%, por lo menos 10% por encima de la media, y con mayor énfasis en quienes accedieron a menores niveles educativos. Asimismo, en la última medición disponible (diciembre de 2020), la pobreza para este grupo poblacional se ubicó en el 49,6% (9 puntos por encima de la media).
Una juventud empobrecida, con mayor dificultad para conseguir trabajo y que, cuando consigue, es mayoritariamente precario. Qué desgracia de aventura.
El reflejo de este estado de cosas se observa nítidamente en la última encuesta de la consultora Zuban, Córdoba y asociados del mes de Julio, cuando se les pregunta a personas de entre 16 y 30 años cuáles temas debieran ser prioridad para el Gobierno Nacional. El orden de respuesta es categórico: 1. Promoción del empleo joven de calidad; 2. Becas de estudio; 3. Promoción de vivienda digna de calidad para la juventud; 4. Políticas sociales de reducción de la pobreza y la desigualdad; y 5. Promoción económica de actividades culturales y deportivas para jóvenes. No es menor ese orden, si consideramos que la encuesta consultada también por Educación Sexual Integral, Acceso a la Participación Política, Defensa de derechos LGTIBQ+ y Legalización de la Marihuana para uso recreativo. La priorización es elocuente, está en exacta simetría con los indicadores sociales que veíamos antes.
Se subraya entonces: aventuras con condiciones dignas de vida. Esa discursividad vinculada a una supuesta esencia juvenil que circula con mucha potencia soslaya el mapa social argentino. Se basa a menudo en estereotipos de jóvenes de familias de altos ingresos que tienen mayores posibilidades de elegir y de errar. Si esa fuera la realidad masiva, el debate sería otro, sin duda. Pero el resto de la pibada se dedica a sobrevivir. Agarra lo que aparece hoy sin titubear porque mañana no se sabe. Aguantan como pueden hasta que se cansan del mal pago, de las irregularidades en sus condiciones de trabajo y renuncian para buscar algo similar en donde al menos cambien de aire. Quien esto escribe confía en la inteligencia, el esfuerzo y la creatividad de los jóvenes (y de la gente en general), pero también tiene claro que el desarrollo de esos rasgos vitales se ve obstaculizado de manera permanente por la necesidad de dedicarse día tras día, íntegramente y en las peores condiciones, a juntar lo justo para el morfi y el alquiler.